Hace muuucho que no actualizo, así que voy a hacer un update general de lo que me estuvo pasando en estos días.
Mi misión "Despegando calentura de amistad y dejar de confundir con amor" está encaminadísima y funcionando a la perfección. Incluso la semana pasada llamé a Buenamigo para pedirle un consejo con respecto a un asunto con Mi Botín (antiguo chongo que renació de las cenizas). Hablamos como una hora por teléfono, situación que aprovechó para tirar algunos (bastantes) comentarios alusivos a cosas no relacionadas con la amistad y, al mismo tiempo, para comentarme que iba a conocer a la novia (por mi re-bautizada como Bambi). El viernes la conocí, compartí con ellos dos solos una caminata de 10 cuadras y, lamentablemente, me cayó bien, es linda, simpática, copada... Tengo que reconocer que me dio un poco de lástima, pero bueno, nada que me haya impedido desconchar la noche como loca en Hummer y divertirme un poco, que buena falta me hacía.
Mi Botín apareció después de dos años, sin razones aparentes, con un mensaje provocador y vende humo como siempre, que lo único que tuvo de relevante fue la charla que provocó con Buenamigo.
Por otro lado, vi a Primero en la fiesta de cumpleaños de mi prima y me dio la impresión de que se acaba de despertar... Ok, too late darliing!! Igual, entre nos, menos mal que no reaccionó antes, hubiese sido un enorme error... De todos modos mi primita vuelve a estar en medio de mi vida "amorosa"; encontró alguien nuevo para presentarme mientras le mostraba fotos del hermosísimo Matthew GG. Y resulta que mañana a las 11.30 de la mañana voy a estar yendo al Hospital Velez a conocer al Jefe de Residentes. Habrá que ver qué pasa, no?
En otro orden de cosas, se volvieron a dictar clases en mi facultad así que se me terminó la joda.
Mi computadora se rompió y mi jefe me apura (te tengo una solución querido, no seas tan negrero y teneme en una oficina, así se terminarían estos problemas capo!)
Estuve haciendo una suplencia en la oficina de una amiga sin dejar de trabajar en la revista (parte de las razones por las cuales estuve medio desaparecida)
Me enamoré en el colectivo de un chico que no hizo más que pedirme la hora.
Vi a Mike Amigorena en la esquina de mi facultad, me enteré que vive ahí y también me enamoré de él.
Tuve una entrevista para trabajar en una consultora de prensa copada en la que quedaron llamarme en febrero.
Me dieron la Visa para EE.UU así que ya está confirmadísimo mi viaje a fin de año.
Retomé las clases de reggaetón.
y... creo que eso es todo por ahora, update largo y general, un megamix de lo que me estuvo pasando en este tiempo.
Espero que el próximo post no sea tan largo ni dentro de tanto tiempo! jaja
adiooos!! ¿?
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lunes, 18 de octubre de 2010
jueves, 17 de septiembre de 2009
Mi pueblito personal
El sentido de pertenencia que desarrollé hacia mi facultad me sorprende a mí misma. La quiero. Aún teniendo en cuenta lo absurdo y ridículo que eso suena no puedo evitar sentirme así. Tanto aprecio le tengo que no me doy cuenta de lo feo que está ese edificio; no veo las paredes descascaradas, miro sin mirar los baños con los caños rotos o sin puertas. Siento el frío por la falta de estufas o el calor cuando en noviembre urgen los ventiladores, pero no me afecta, no logro que eso me impida tenerle tanto cariño a ese lugar. Ese edificio venido a menos representa, para mí, demasiadas cosas que significan mucho más que los desperfectos técnicos y la falta de mantenimiento.
Cruzar esa puerta me cambió. Ya no soy la misma que circulaba por Corrientes apurada sin ver, siquiera, el obelisco que se elevaba en toda su extensión adelante mío. Ya no soy la que miraba la tele solo por tener ese ruido acompañándome, ya no soy la que leía por leer, ni la que miraba la realidad desde afuera. Ya no soy esa que se callaba en las discusiones familiares por no poder argumentar su opinión.
Los años ahí adentro hicieron de ese espacio mi lugar. Bajo ese techo me siento más local que en mi casa. Cómoda, segura, distinta. En sociales vivo una realidad paralela. Se percibe una calidez humana que no se encuentra comúnmente en otros ámbitos públicos, una confianza que me permite de dejar mi mochila en una silla e irme sin temer perder mis pertenencias. Conozco –aunque sea de cara- a la mayoría de los que circulan y, en esos pasillos, se potencian en gran medida las probabilidades de que me cruce con alguien -sea conocido o no tanto- y me quede charlando o debatiendo sobre algún tema de actualidad (personal o pública). Es, a mis ojos, un pueblo ubicado en el medio de la Capital Federal, es el pueblo en el que siempre quise vivir.
En ese edificio destartalado situado en la intersección de las calles Franklin y Ramos Mejía se respira, definitivamente, otro aire. Un microclima politizado, abierto al debate constante, en donde nada es lo que parece, en donde a todo se le encuentra algún hueco para abrir interesantes discusiones. Burguesía, capitalismo, dicotomía, dialéctica, Frankfurt, aura; todas palabras que se presentan frecuentemente en las conversaciones de los habitantes de esta mini-ciudad. Entre mate y mate, con un vaso de café en la mano, sentados en el piso, durante las clases o mientras recibimos una notable cantidad de boletines con la última información de lo realizado por el centro de estudiantes, nosotros hablamos, como cualquier adolescente, como cualquier persona; pero no podemos evitar las influencias académicas, nos retroalimentamos, nos inyectamos autores mutuamente y terminamos hablando de la noche del sábado con términos Piercianos, del partido del domingo con conceptos Adornianos o de la película del miércoles bajo una mirada Marxista.
Amo que pase eso, adoro las discusiones que generamos. Me encanta cómo los profesores hacen un esfuerzo sobrehumano para que podamos pensar la realidad actual desde distintas perspectivas, que me hagan ser parte de los que no quieren ser parte. Me hace bien que me puteen y me caguen a pedos cuando no razono, cuando no estudio, cuando no polemizo.
Me encanta que me hayan cambiado así, que hayan puesto en marcha mis neuronas y que me hayan abierto los ojos.
Ahora, después de leer todo lo que escribí (de lo que no se si estaba completamente conciente antes de ponerlo en palabras) entiendo mucho mejor mis sentimientos hacia esas paredes despintadas, hacia esas aulas frías y hacia esos baños rotos. Ahora sí comprendo por qué es que esas imperfecciones edilicias no afectan ni van a afectar jamás mis sentimientos hacia la institución y la gente que la compone.

Cruzar esa puerta me cambió. Ya no soy la misma que circulaba por Corrientes apurada sin ver, siquiera, el obelisco que se elevaba en toda su extensión adelante mío. Ya no soy la que miraba la tele solo por tener ese ruido acompañándome, ya no soy la que leía por leer, ni la que miraba la realidad desde afuera. Ya no soy esa que se callaba en las discusiones familiares por no poder argumentar su opinión.
Los años ahí adentro hicieron de ese espacio mi lugar. Bajo ese techo me siento más local que en mi casa. Cómoda, segura, distinta. En sociales vivo una realidad paralela. Se percibe una calidez humana que no se encuentra comúnmente en otros ámbitos públicos, una confianza que me permite de dejar mi mochila en una silla e irme sin temer perder mis pertenencias. Conozco –aunque sea de cara- a la mayoría de los que circulan y, en esos pasillos, se potencian en gran medida las probabilidades de que me cruce con alguien -sea conocido o no tanto- y me quede charlando o debatiendo sobre algún tema de actualidad (personal o pública). Es, a mis ojos, un pueblo ubicado en el medio de la Capital Federal, es el pueblo en el que siempre quise vivir.
En ese edificio destartalado situado en la intersección de las calles Franklin y Ramos Mejía se respira, definitivamente, otro aire. Un microclima politizado, abierto al debate constante, en donde nada es lo que parece, en donde a todo se le encuentra algún hueco para abrir interesantes discusiones. Burguesía, capitalismo, dicotomía, dialéctica, Frankfurt, aura; todas palabras que se presentan frecuentemente en las conversaciones de los habitantes de esta mini-ciudad. Entre mate y mate, con un vaso de café en la mano, sentados en el piso, durante las clases o mientras recibimos una notable cantidad de boletines con la última información de lo realizado por el centro de estudiantes, nosotros hablamos, como cualquier adolescente, como cualquier persona; pero no podemos evitar las influencias académicas, nos retroalimentamos, nos inyectamos autores mutuamente y terminamos hablando de la noche del sábado con términos Piercianos, del partido del domingo con conceptos Adornianos o de la película del miércoles bajo una mirada Marxista.
Amo que pase eso, adoro las discusiones que generamos. Me encanta cómo los profesores hacen un esfuerzo sobrehumano para que podamos pensar la realidad actual desde distintas perspectivas, que me hagan ser parte de los que no quieren ser parte. Me hace bien que me puteen y me caguen a pedos cuando no razono, cuando no estudio, cuando no polemizo.
Me encanta que me hayan cambiado así, que hayan puesto en marcha mis neuronas y que me hayan abierto los ojos.
Ahora, después de leer todo lo que escribí (de lo que no se si estaba completamente conciente antes de ponerlo en palabras) entiendo mucho mejor mis sentimientos hacia esas paredes despintadas, hacia esas aulas frías y hacia esos baños rotos. Ahora sí comprendo por qué es que esas imperfecciones edilicias no afectan ni van a afectar jamás mis sentimientos hacia la institución y la gente que la compone.

miércoles, 26 de noviembre de 2008
Un día en el semáforo con artistas callejeros
Jugando en el faro
Mariela y Cecilia me mostraron la “vie Boheme” que lleva un estudiante de circo y las rarezas de una vida sin rutina.
Después de una nueva actuación Mariela y Cecilia vuelven a guardar, en su boina, su reciente recaudación. Pero algo brilla entre el dorado de las monedas, una bolsita con un polvo blanco me llama la atención, no puedo creerlo pero las chicas me lo confirman: les acaban de pagar con cocaína.
La vida del artista callejero está repleta de sorpresas. Pasar las horas rodeadas de gente que viene y que va las hizo conocer personas de todo tipo. Los imprevistos de una rutina que no puede planearse llenan los días de estas dos chicas.
El día empieza temprano, Mariela quiere arreglar sus clavas, los elementos que usa para hacer malabares, y necesita trabajar todo el día. Tenemos que llegar temprano porque hay que ocupar el “faro”, la forma en que estos artistas llaman al semáforo, antes de que otro lo haga. No podemos perdernos la franja horaria más transitada: de ocho a diez de la mañana, cuando la gente empieza su día.
Aunque celebra no tener un jefe que la controle, Mariela reconoce que “hay que ser responsable”, porque “si no se trabaja, no se cobra”. Así, cada mañana llega al cruce de las avenidas San Martín y Díaz Vélez con sus rollers y su mp3, sus calzas de colores y unas rastas rubias brillando en su cabeza.
Regala una sonrisa a cualquiera que quiera verla, disfruta de lo que hace y eso se nota. “La peti”, como la llaman sus amigos, parece querer poner de buen humor a los trabajadores en el comienzo de la jornada laboral. Algunos, como dice Mariela, “tienen la cara siempre seria porque son así”, pero de una u otra manera, la alegría se filtra constantemente entre semáforo y semáforo.
Pasar el día al aire libre y viendo a miles de personas pasar, le permite a Mari reencontrarse con viejos amigos y conocidos. Aunque no todo es divertido. Estar siempre al aire libre también tiene sus contras y con un solo día me alcanzó para sufrirlas: Una paloma me cagó encima.
Los vecinos nos saludan, el quiosquero la felicita por su arte, los nenes se quedan mirándola alucinados y hasta los perros se ponen felices cuando la reconocen parada en la esquina. Charlamos con grandes y chicos, sin embargo, no siempre hay buena onda.
- ¡Trabajá vaga de mierda! – grita un chico que camina por la vereda mientras Mariela hace su rutina frente a los autos. Afortunadamente “La Peti” no lo escucha y sigue con su tarea. No todos aceptan la vida bohemia.
Cuando el faro se ilumina en verde, si nadie se le acerca, La Peti aprovecha para practicar nuevas rutinas; prueba nuevos malabares y diferentes “juguetes”, como les dice a los elementos que utiliza: pelotas, cintas, nuevas clavas; la variedad hace del show algo mucho más vistoso. Los minutos entre rojo y rojo del faro no permiten un descanso.
- ¿Nos cambiás monedas?- preguntan unas chicas que necesitaban tomarse un colectivo y la respuesta de Mariela me sorprende.
- No puedo porque las cambio por comida- contesta y explica que los artistas callejeros las cambian en restaurantes, heladerías o kioscos y los dueños de éstos, además de darles la misma cantidad de dinero en billetes, les regalan mercadería, agradecidos ya que conseguir monedas hoy en día no es tarea fácil.
Después de dos horas y veinte pesos en mano, Mariela decide tomarse un recreo.
- El sol está muy fuerte y hace mal- me dice, y agrega, - hay que cuidarse-.
Va a visitar a la mamá, que vive a tres cuadras, y vuelve más tarde.
Para la segunda parte de la jornada Mariela viene acompañada. Cecilia, una amiga, llega para aggiornar la presentación. Cruzamos a la plaza de en frente para que las chicas practiquen una nueva rutina. Ceci, acróbata, no va a poder quedarse parada de manos mucho tiempo porque el calor sofocante hace que el asfalto queme como fuego.
Con sus “pájaros” (cintas de colores que mueve haciendo figuras en el aire) y sus acrobacias, Cecilia complementa el trabajo de Mariela y crean un mini circo en la calle cada vez que el verde del semáforo le da paso al rojo y le abre la barrera al colorido espectáculo.
Hace tres años que Mariela “juega” en los semáforos. Pero más allá de divertirse, también se perfecciona. La semana pasada, por ejemplo, participó de una convención de circo. Si está todo el día en la esquina gana alrededor del 80 pesos y eso lo reinvierte en “juguetes”. Durante sus vacaciones también trabaja. Va con sus clavas a todos lados y cuando se aburre sale a la esquina, ¡Eso si que es hacer lo que a uno le gusta!
La de hoy no es una buena tarde, y el heladero que comparte esquina con nosotras nos lo confirma; ni él, con los 30 grados de calor que hace, está vendiendo. No sabemos si es culpa del clima, de las malas noticias o de la crisis mundial, pero las recolecciones no están siendo buenas esta vez. Sin embargo, las sonrisas nunca se borran de sus caras, “La Peti” y Ceci son felices en su circo callejero, para ellas más que un trabajo, esto es un juego.
No están recibiendo muchas monedas, pero si les dan un paquete de papas fritas de Mc. Donnals a medio comer que nos encargamos de terminar, y algo que nos provoca mucha ternura: un nene les regala una cadenita con un corazón.
No somos solo los argentinos los que “pagamos” con cosas extrañas. Las chicas viajaron a Bolivia y a Brasil y me cuentan las rarezas que les dieron. Desde 100 pesos bolivianos (50 pesos argentinos) hasta una caja de Garotos sin abrir. Desde alcohol hasta cigarrillos, desde comida hasta marihuana. Hay de todo en este mundo y el arte callejero te permite conocerlo.
Así, entre obsequios extraños, charlas y saludos, va pasando la tarde. Alrededor de las cuatro llega Emiliano, el novio de Ceci, y se queda haciéndome compañía mientras las chicas montan su circo y alegran los altos del semáforo.
Durante el verde del faro esperamos en la sombra y tratamos de hidratarnos. Ceci va a llenar la botellita de agua a la heladería; aunque no sea fría, al menos nos refresca. El calor es insoportable y Emi me ofrece un helado. El heladero aprovecha para levantar sus ventas de la tarde. Los trabajadores de la esquina se colaboran mutuamente.
Mientras comemos el helado, Emiliano saca su celular. Es él el encargado de llamar al “tranza”. Las chicas juntan la plata y media hora más tarde llega el dealer con el pedido.
- El artista callejero llama y pide porro - me confiesa Emi para ayudarme a completar mi informe.
Jugando en el faro
Mariela y Cecilia me mostraron la “vie Boheme” que lleva un estudiante de circo y las rarezas de una vida sin rutina.
Después de una nueva actuación Mariela y Cecilia vuelven a guardar, en su boina, su reciente recaudación. Pero algo brilla entre el dorado de las monedas, una bolsita con un polvo blanco me llama la atención, no puedo creerlo pero las chicas me lo confirman: les acaban de pagar con cocaína.
La vida del artista callejero está repleta de sorpresas. Pasar las horas rodeadas de gente que viene y que va las hizo conocer personas de todo tipo. Los imprevistos de una rutina que no puede planearse llenan los días de estas dos chicas.
El día empieza temprano, Mariela quiere arreglar sus clavas, los elementos que usa para hacer malabares, y necesita trabajar todo el día. Tenemos que llegar temprano porque hay que ocupar el “faro”, la forma en que estos artistas llaman al semáforo, antes de que otro lo haga. No podemos perdernos la franja horaria más transitada: de ocho a diez de la mañana, cuando la gente empieza su día.
Aunque celebra no tener un jefe que la controle, Mariela reconoce que “hay que ser responsable”, porque “si no se trabaja, no se cobra”. Así, cada mañana llega al cruce de las avenidas San Martín y Díaz Vélez con sus rollers y su mp3, sus calzas de colores y unas rastas rubias brillando en su cabeza.
Regala una sonrisa a cualquiera que quiera verla, disfruta de lo que hace y eso se nota. “La peti”, como la llaman sus amigos, parece querer poner de buen humor a los trabajadores en el comienzo de la jornada laboral. Algunos, como dice Mariela, “tienen la cara siempre seria porque son así”, pero de una u otra manera, la alegría se filtra constantemente entre semáforo y semáforo.
Pasar el día al aire libre y viendo a miles de personas pasar, le permite a Mari reencontrarse con viejos amigos y conocidos. Aunque no todo es divertido. Estar siempre al aire libre también tiene sus contras y con un solo día me alcanzó para sufrirlas: Una paloma me cagó encima.
Los vecinos nos saludan, el quiosquero la felicita por su arte, los nenes se quedan mirándola alucinados y hasta los perros se ponen felices cuando la reconocen parada en la esquina. Charlamos con grandes y chicos, sin embargo, no siempre hay buena onda.
- ¡Trabajá vaga de mierda! – grita un chico que camina por la vereda mientras Mariela hace su rutina frente a los autos. Afortunadamente “La Peti” no lo escucha y sigue con su tarea. No todos aceptan la vida bohemia.
Cuando el faro se ilumina en verde, si nadie se le acerca, La Peti aprovecha para practicar nuevas rutinas; prueba nuevos malabares y diferentes “juguetes”, como les dice a los elementos que utiliza: pelotas, cintas, nuevas clavas; la variedad hace del show algo mucho más vistoso. Los minutos entre rojo y rojo del faro no permiten un descanso.
- ¿Nos cambiás monedas?- preguntan unas chicas que necesitaban tomarse un colectivo y la respuesta de Mariela me sorprende.
- No puedo porque las cambio por comida- contesta y explica que los artistas callejeros las cambian en restaurantes, heladerías o kioscos y los dueños de éstos, además de darles la misma cantidad de dinero en billetes, les regalan mercadería, agradecidos ya que conseguir monedas hoy en día no es tarea fácil.
Después de dos horas y veinte pesos en mano, Mariela decide tomarse un recreo.
- El sol está muy fuerte y hace mal- me dice, y agrega, - hay que cuidarse-.
Va a visitar a la mamá, que vive a tres cuadras, y vuelve más tarde.
Para la segunda parte de la jornada Mariela viene acompañada. Cecilia, una amiga, llega para aggiornar la presentación. Cruzamos a la plaza de en frente para que las chicas practiquen una nueva rutina. Ceci, acróbata, no va a poder quedarse parada de manos mucho tiempo porque el calor sofocante hace que el asfalto queme como fuego.
Con sus “pájaros” (cintas de colores que mueve haciendo figuras en el aire) y sus acrobacias, Cecilia complementa el trabajo de Mariela y crean un mini circo en la calle cada vez que el verde del semáforo le da paso al rojo y le abre la barrera al colorido espectáculo.
Hace tres años que Mariela “juega” en los semáforos. Pero más allá de divertirse, también se perfecciona. La semana pasada, por ejemplo, participó de una convención de circo. Si está todo el día en la esquina gana alrededor del 80 pesos y eso lo reinvierte en “juguetes”. Durante sus vacaciones también trabaja. Va con sus clavas a todos lados y cuando se aburre sale a la esquina, ¡Eso si que es hacer lo que a uno le gusta!
La de hoy no es una buena tarde, y el heladero que comparte esquina con nosotras nos lo confirma; ni él, con los 30 grados de calor que hace, está vendiendo. No sabemos si es culpa del clima, de las malas noticias o de la crisis mundial, pero las recolecciones no están siendo buenas esta vez. Sin embargo, las sonrisas nunca se borran de sus caras, “La Peti” y Ceci son felices en su circo callejero, para ellas más que un trabajo, esto es un juego.
No están recibiendo muchas monedas, pero si les dan un paquete de papas fritas de Mc. Donnals a medio comer que nos encargamos de terminar, y algo que nos provoca mucha ternura: un nene les regala una cadenita con un corazón.
No somos solo los argentinos los que “pagamos” con cosas extrañas. Las chicas viajaron a Bolivia y a Brasil y me cuentan las rarezas que les dieron. Desde 100 pesos bolivianos (50 pesos argentinos) hasta una caja de Garotos sin abrir. Desde alcohol hasta cigarrillos, desde comida hasta marihuana. Hay de todo en este mundo y el arte callejero te permite conocerlo.
Así, entre obsequios extraños, charlas y saludos, va pasando la tarde. Alrededor de las cuatro llega Emiliano, el novio de Ceci, y se queda haciéndome compañía mientras las chicas montan su circo y alegran los altos del semáforo.
Durante el verde del faro esperamos en la sombra y tratamos de hidratarnos. Ceci va a llenar la botellita de agua a la heladería; aunque no sea fría, al menos nos refresca. El calor es insoportable y Emi me ofrece un helado. El heladero aprovecha para levantar sus ventas de la tarde. Los trabajadores de la esquina se colaboran mutuamente.
Mientras comemos el helado, Emiliano saca su celular. Es él el encargado de llamar al “tranza”. Las chicas juntan la plata y media hora más tarde llega el dealer con el pedido.
- El artista callejero llama y pide porro - me confiesa Emi para ayudarme a completar mi informe.
Mi trabajo final de" Redacción Periodística" de TEA
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