miércoles, 26 de noviembre de 2008

Un día en el semáforo con artistas callejeros
Jugando en el faro
Mariela y Cecilia me mostraron la “vie Boheme” que lleva un estudiante de circo y las rarezas de una vida sin rutina.

Después de una nueva actuación Mariela y Cecilia vuelven a guardar, en su boina, su reciente recaudación. Pero algo brilla entre el dorado de las monedas, una bolsita con un polvo blanco me llama la atención, no puedo creerlo pero las chicas me lo confirman: les acaban de pagar con cocaína.
La vida del artista callejero está repleta de sorpresas. Pasar las horas rodeadas de gente que viene y que va las hizo conocer personas de todo tipo. Los imprevistos de una rutina que no puede planearse llenan los días de estas dos chicas.
El día empieza temprano, Mariela quiere arreglar sus clavas, los elementos que usa para hacer malabares, y necesita trabajar todo el día. Tenemos que llegar temprano porque hay que ocupar el “faro”, la forma en que estos artistas llaman al semáforo, antes de que otro lo haga. No podemos perdernos la franja horaria más transitada: de ocho a diez de la mañana, cuando la gente empieza su día.
Aunque celebra no tener un jefe que la controle, Mariela reconoce que “hay que ser responsable”, porque “si no se trabaja, no se cobra”. Así, cada mañana llega al cruce de las avenidas San Martín y Díaz Vélez con sus rollers y su mp3, sus calzas de colores y unas rastas rubias brillando en su cabeza.
Regala una sonrisa a cualquiera que quiera verla, disfruta de lo que hace y eso se nota. “La peti”, como la llaman sus amigos, parece querer poner de buen humor a los trabajadores en el comienzo de la jornada laboral. Algunos, como dice Mariela, “tienen la cara siempre seria porque son así”, pero de una u otra manera, la alegría se filtra constantemente entre semáforo y semáforo.
Pasar el día al aire libre y viendo a miles de personas pasar, le permite a Mari reencontrarse con viejos amigos y conocidos. Aunque no todo es divertido. Estar siempre al aire libre también tiene sus contras y con un solo día me alcanzó para sufrirlas: Una paloma me cagó encima.
Los vecinos nos saludan, el quiosquero la felicita por su arte, los nenes se quedan mirándola alucinados y hasta los perros se ponen felices cuando la reconocen parada en la esquina. Charlamos con grandes y chicos, sin embargo, no siempre hay buena onda.
- ¡Trabajá vaga de mierda! – grita un chico que camina por la vereda mientras Mariela hace su rutina frente a los autos. Afortunadamente “La Peti” no lo escucha y sigue con su tarea. No todos aceptan la vida bohemia.
Cuando el faro se ilumina en verde, si nadie se le acerca, La Peti aprovecha para practicar nuevas rutinas; prueba nuevos malabares y diferentes “juguetes”, como les dice a los elementos que utiliza: pelotas, cintas, nuevas clavas; la variedad hace del show algo mucho más vistoso. Los minutos entre rojo y rojo del faro no permiten un descanso.
- ¿Nos cambiás monedas?- preguntan unas chicas que necesitaban tomarse un colectivo y la respuesta de Mariela me sorprende.
- No puedo porque las cambio por comida- contesta y explica que los artistas callejeros las cambian en restaurantes, heladerías o kioscos y los dueños de éstos, además de darles la misma cantidad de dinero en billetes, les regalan mercadería, agradecidos ya que conseguir monedas hoy en día no es tarea fácil.
Después de dos horas y veinte pesos en mano, Mariela decide tomarse un recreo.
- El sol está muy fuerte y hace mal- me dice, y agrega, - hay que cuidarse-.
Va a visitar a la mamá, que vive a tres cuadras, y vuelve más tarde.
Para la segunda parte de la jornada Mariela viene acompañada. Cecilia, una amiga, llega para aggiornar la presentación. Cruzamos a la plaza de en frente para que las chicas practiquen una nueva rutina. Ceci, acróbata, no va a poder quedarse parada de manos mucho tiempo porque el calor sofocante hace que el asfalto queme como fuego.
Con sus “pájaros” (cintas de colores que mueve haciendo figuras en el aire) y sus acrobacias, Cecilia complementa el trabajo de Mariela y crean un mini circo en la calle cada vez que el verde del semáforo le da paso al rojo y le abre la barrera al colorido espectáculo.
Hace tres años que Mariela “juega” en los semáforos. Pero más allá de divertirse, también se perfecciona. La semana pasada, por ejemplo, participó de una convención de circo. Si está todo el día en la esquina gana alrededor del 80 pesos y eso lo reinvierte en “juguetes”. Durante sus vacaciones también trabaja. Va con sus clavas a todos lados y cuando se aburre sale a la esquina, ¡Eso si que es hacer lo que a uno le gusta!
La de hoy no es una buena tarde, y el heladero que comparte esquina con nosotras nos lo confirma; ni él, con los 30 grados de calor que hace, está vendiendo. No sabemos si es culpa del clima, de las malas noticias o de la crisis mundial, pero las recolecciones no están siendo buenas esta vez. Sin embargo, las sonrisas nunca se borran de sus caras, “La Peti” y Ceci son felices en su circo callejero, para ellas más que un trabajo, esto es un juego.
No están recibiendo muchas monedas, pero si les dan un paquete de papas fritas de Mc. Donnals a medio comer que nos encargamos de terminar, y algo que nos provoca mucha ternura: un nene les regala una cadenita con un corazón.
No somos solo los argentinos los que “pagamos” con cosas extrañas. Las chicas viajaron a Bolivia y a Brasil y me cuentan las rarezas que les dieron. Desde 100 pesos bolivianos (50 pesos argentinos) hasta una caja de Garotos sin abrir. Desde alcohol hasta cigarrillos, desde comida hasta marihuana. Hay de todo en este mundo y el arte callejero te permite conocerlo.
Así, entre obsequios extraños, charlas y saludos, va pasando la tarde. Alrededor de las cuatro llega Emiliano, el novio de Ceci, y se queda haciéndome compañía mientras las chicas montan su circo y alegran los altos del semáforo.
Durante el verde del faro esperamos en la sombra y tratamos de hidratarnos. Ceci va a llenar la botellita de agua a la heladería; aunque no sea fría, al menos nos refresca. El calor es insoportable y Emi me ofrece un helado. El heladero aprovecha para levantar sus ventas de la tarde. Los trabajadores de la esquina se colaboran mutuamente.
Mientras comemos el helado, Emiliano saca su celular. Es él el encargado de llamar al “tranza”. Las chicas juntan la plata y media hora más tarde llega el dealer con el pedido.
- El artista callejero llama y pide porro - me confiesa Emi para ayudarme a completar mi informe.
Mi trabajo final de" Redacción Periodística" de TEA

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