viernes, 17 de abril de 2009

"El amor de tu vida no te va a tocar el timbre" 2º parte

Fue una mañana de martes, me acuerdo porque volví temprano de la facultad. Llegué, me saqué las zapatillas y me puse el pijama. Estar en jean en mi casa me resultó y me sigue resultando imposible. Calenté el agua y prendí la radio, un sahumerio de lavanda y listo, el ambiente perfecto para mi merecido (o puede que no tanto) relax.
¡Ring! El timbre me hizo volver a la realidad de repente. No se cuanto tiempo había pasado, pudo haber sido una hora o quince minutos, la lavanda me pierde. Al llegar al portero eléctrico tuve que callar el sinfín de insultos al aire para poder averiguar la identidad del culpable de tan atroz acción. “¡Sodero!”, respondió el maldito. “Ya voy”, dije notoriamente malhumorada. Mientras agarraba los sifones pensaba en cuanto odiaba que no respetaran mis horarios, “después de la una”, les había aclarado más de una vez.
Abrí la puerta con mi mejor cara de mala. “¿Te desperté?”, me dijo el muchacho centrando su mirada en mi vestimenta y haciéndose el gracioso. No era mi sodero de siempre y me cayó mal tanta confianza. “No”, balbuceé sin mirarlo. Ni siquiera me reí, “son cuatro” respondí entregándole los sifones.
De repente mi fastidio se pasó, todavía insisto en que me debe haber echado mal de ojos. Por cuestiones temporales no puedo asegurarlo, pero podría jurar que en ese preciso momento me empezó a doler la cabeza. Cuando el camión arrancó cerré la puerta y me apoyé sobre ella. Tenía dibujada, en la cara, una sonrisa de oreja a oreja.
El martes siguiente me fui antes de clase. Cuando llegué a mi casa no me saqué las zapatillas ni el jean. En cambio me maquillé un poco y me peiné. El aroma de mi cuarto ya no era del sahumerio de lavanda, ahora venía de mi frasquito de perfume importado. Esta vez él no hizo ningún chiste aunque yo sí me reí. Lo saludé con un beso y me sonrojé.
Los martes fueron pasando y ya no fueron solo martes, también fueron miércoles, jueves, viernes, sábados, domingos y lunes. Tampoco fueron solo mañanas, fueron noches, tardes y días enteros. Él ya no es sodero ni yo sigo estudiando. Ahora vivimos juntos y yo le digo a mi hija que tenga cuidado, porque cuando menos se lo espere, el amor de su vida le puede tocar el timbre.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me morí. Qué linda historia!!
Siempre soñé con una historia así... Me llegará?

Un beso grande, que tengas un buen domingo!