lunes, 5 de abril de 2010

Golpe de suerte

Ricky me dio un par de consejos, me prestó su celular para verificar que mi número todavía seguía funcionando y llamó al dueño del boliche para decirle que cuando fuera al bar al día siguiente, si encontraba un celular, ese teléfono tenía dueña y lo iba a ir a buscar.
En ese momento, solo un poco más relajada y sin ya mucho que hacer, decidí que era momento de volver a casa. Pero nada es tan simple. Como hacía mucho frío, era muy tarde y habíamos gastado nuestras últimas monedas en el colectivo del cual nos bajamos por mi capricho, tuvimos que tomarnos un remís que pagué con mis últimos 20$ (la falta de trabajo me está matando).
En el camino de vuelta a casa mi prima me contó que, casualmente, el dueño del boliche era el chongo de una amiga de una amiga de ella, y que, además, era el mejor amigo de un amigo de esa amiga de ella, por lo tanto, iba a hablar con esta chica para que le comentara que el teléfono perdido era de una conocida (como para asegurarnos de que le pusiera onda a la búsqueda). Todo se conjugaba para que yo recupere mi celular, todo siempre y cuando nadie me lo hubiera robado o mientras no llegaran al boliche, antes que el dueño, los empleados de limpieza (que, según me dijeron, acostumbran quedarse con todo lo que encuentran).
Estuve todo el día contandole mi problema a todo el mundo solamente para que me dijeran que no me preocupara, que seguro iba a aparecer. El tiempo en el que no estaba hablando sobre el asunto estaba llamando a mi celular para ver si todavía seguía vivo. Pero ni eso ni la cantidad incontrable de mate y galletitas que injirí hacían que el tiempo pasara más rápido. A las 11.30 de la noche, hora en la que me habían sitado, llegué al bar, con unos nervios incontrolables y una ansiedad inconmensurable. Vi a Ricky en la puerta y él, al reconocerme, le preguntó al dueño por mi situación:
Ricky: Ella es la chica del celular, el que te dije ayer, ¿te acordás?
Chico del bar: Ah, si... pero no... ¡Mentira! Y entró pidiéndome que lo acompañe mientras mi corazón volvía a latir después de haberse parado por un segundo.
Chico del bar: ¡No sabés lo que me costo encontrarlo!, estaba caido atrás del sillón, sentía un piip, piip que me estaba volviendo loco y no lo veía.
Noe: GRACIAAAS! GRACIAAS! MILLONES DE GRACIAS

Y me fui, feliz de la vida, con mi celular apretado entre las manos y mandándole mensajes con la buena nueva a todo aquel que me había bancado la histeria durante el día.

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